sábado, 3 de abril de 2010

Lluvia. La lluvia de primavera arranca de la hierbanueva olor de vida recién estrenada, y de la tierra olor a flores posibles, todavía no nacidas, que las flores nacerán un día de estos, cuando sea verano, y así una y otra vez, para que se maravillen los niños, generación tras generación, como si todo fuera a ser eterno, pero no lo mismo. Tal vez seamos todos un puñado de polvo arrojado fuera del espacio, que va cambiando y cambiando y será así siempre, con diferentes arquitecturas esenciales, porque lo que se desgasta es la forma de la materia, y no la materia misma, que está hecha de energía moviendo partículas infinitesimales de poco más que nada, lo que Sagán llamó “polvo de estrellas”, pero ni siquiera de estrellas, puesto que también pueden estar hechas con él, o tal vez soñadas por el movimiento incansable con que la energía las mueve, puede que sólo la energía de la luz impalpable y total.

Sábado de Gloria, arrebato de campanas, campanillas, campanudas y cascabeles. Una vez, de niño, no sé quién cantaba, recién amanecido lo de que por tierras de Andalucía, los campanilleros, a la madrugá, te despiertan con sus campanillas y con sus cantares te jasen llorá. Así lo cantaba, era una voz de mujer muy joven, que no vi, diciendo madrugá y jasen y llorá, se adivinaba que con nostalgia de otra tierra diferente de la mía, puesto que su nostalgia tenía aroma de sol en fruto y la que entendemos en la tierra mía tiene el regusto a musgo y huele a armario recién abierto, con manzanas raleando, entre la ropa blanca, en las baldas de castaño o de roble.

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