Merodean juntos el frío y el calor por la sabana de la primavera, el frío, un lobo viejo, el calor un gozquecillo, todavía. La primavera permanece en su habitual estado de turbulencia insensata, de cachorro del tiempo, y este principio de siglo se advierte menos y peor porque todo es turbulencia y no nos damos la gente cuenta de que nada podrá volver a ser como era y la tela social no podrá remendarse con retales de lo que fue y hay que darse prisa en inventar, para que menos gente sufra, que cuanto más tardemos, más personas lo estarán pasando mal, desamparadas.
Ni la economía ni la política ni siquiera la religión, volverán a practicarse como antes de este coletazo final de todas las guerras en que consiste la renovación que estamos viviendo en plena crisis, con la piel vieja insuficiente y la osamenta escasa para reorganizarse como tenemos pendiente toda la humanidad de hacer.
No cabe aquello, tan frecuente, de volver sobre los pasos dados, para corregirse. Ahora los pasos deben darse por el territorio recién descubierto, como cuando los viejos exploradores de aquel mundo mucho más pequeño se dieron cuenta y nos contaron que había tierras nuevas y diferentes de todo lo conocido.
La sociedad que viene es así también: nueva y desconocida, y yo estoy convencido de que todavía inimaginable.
Viene un tiempo en que subsistirá la necesidad de diferenciar, pero nadie podrá quedarse con todo ni nadie sin nada. Y la vida no será por eso más fácil o más difícil, sino un camino erizado de problemas y dificultades, solo que tendremos que caminarlo con una mayor solidaridad, conscientes de que todos y cada uno somos el conjunto que entre todos debemos llevar hacia nadie sabe dónde, pero que a todos nos espera y para llegar mejor o primero no vale ni trincar ni atajar, artimañas ambas que junto con la recomendación y la mordida seguiremos indefectiblemente ensayando, puesto que somos como somos, equilibrio entre el ser y no ser, que Shakespeare escribió para Hamlet.
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