Siempre hay algo terrorífico en el periódico de cada día y me quedo pensando, con la afeitadora zumbando, sin verme, allá, ahogado, tras el cristal del espejo, todavía imagen que me espera y me invita tal vez, pero como habla con mi voz, desconfío. Es posible que seamos ejemplares defectuosos de una especie desconocida y por eso se nos arroja a la tierra para que hagamos el camino iniciático y nos despojemos de cuanto nos impide ser como deberíamos. No se concibe, si no, la constante de terror, mediocridad, fracaso, incluso maldad, que nos distorsiona el hermoso hecho de vivir. Y sin embargo, puede que para que se dé el indispensable equilibrio, sea necesario que conozcamos la parte oscura, para valorar la luminosa. Un lío. Se me apaga la afeitadora, olvidada zumbando en la mano y me miro con reproche desde el espejo:
-No es que te estés haciendo viejo –me digo desde el espejo-, es que eres, subrayo el eres y aún así cuesta entender afirmaciones como ésta: eres viejo. Te olvidas de la máquina. Das vueltas a las ideas hasta que se desgastan y resbalan, igual que cantos rodados, despiste abajo, camino del pozo del sueño, donde Alicia amordaza a la reina de corazones para que no siga mandando que le corten la cabeza a nadie más, y se muere de risa el gato de Cheeshire –comoquiera que se escriba su nombre-.
Somos nosotros y nuestra sombra y nuestro reflejo en cada espejo, ¿O un reflejo solo, que salta de espejo en espejo? Porque tl vez sea el mismo, como pasa con al sombra, que es la misma, me consta, salvo que muera y resucite, con y sin luces que la motiven para estarse a mi lado. Prefiere el sol. Por eso suele ser negra, y, al atardecer, alargada por la tristeza misma que empuja a hacer confidencias a esa hora mala en que se aparta el sol y quién sabe si va a volver.
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