domingo, 16 de mayo de 2010

Priestley escribió que la vida es como un hilo sutil, que empieza, que sepamos, al nacer y nadie sabe si se prolonga o cómo lo hace, cuando atravesamos el espejo de la muerte, de la mano de la Dama del Alba de Casona. Lo que sí le constaba al escritor, que tenía algo de filósofo, sobre todo cuando hablaba del tiempo, como dejó evidenciado en una estupenda pieza teatral que se llamaba “El tiempo y los Conway”, curioso ensayo distribuido en los tres actos clásicos, pero con el orden deliberadamente alterado, es que desde el nacimiento hasta la muert de un ser humano, es dicho ser el mismo, consistiendo su personalidad en ese hilo de sucesivas conductas. En el primer acto se presentaba a los personajes, en el segundo, que debería en un orden lógico, haber sido el tercero, se descubría su último destino en este mundo, y en el tercero, que debería haber sido por su orden cronológico segundo, se nos contaban sus sueños. Aprovechaba en un momento dado el autor para decir lo del hilo sutil de la vida. Deducía también, o tal vez lo haya hecho yo a partir de la lectura y de haber visto después la representación de la obra a que me refiero, que cuanto hemos hecho forma parte de nuestra descripción última. Y ahí, tras de mucho cavilar sobre el sacramento de la penitencia, me choca que el Papa haya dicho, según el periódico, el otro día, durante su visita a Portugal, que el perdón limpia, pero queda pendiente la cuenta con la justicia. Tal vez Séneca, al aceptar su condena y cumplirla voluntariamente, manifestando a sus consternados discípulos que tenía pendiente una cuenta con la justicia y aquélla era la única manera de saldarla y restablecer su equilibrio, estaba hablando de lo mismo, pero entiendo que desde otra perspectiva histórico filosófica. Lo que pasa es que nunca sabremos bastante ni seremos capaces de pertenecer a un tiempo concreto o de que un tiempo concreto nos pertenezca a nosotros. Estoy empezando a sospechar que el famoso hilo sutil, cuya trama me había fascinado desde que leí a Priestley, o está integrado por una trama de conductas de la comunidad formada por todos los hombres, desde Adán hasta el último que exhale en su día el último suspiro de alguien de nuestra especie, o se integra con los demás en la telaraña de la historia, pero carece el hombre, efímero y atrapado en ella, de la perspectiva imprescindible para entenderlo, sólo y sólo tal vez alcanzable del otro ladeo del espejo a que antes me refería, tras de subir al otero de dejar de ser o de empezar. Me haría falta otra vida, y, tal vez cien mil libros más allá, habría aprendido a dudar mejor. ¿Será el olvido de todos nuestros fracasos necesario, imprescindible quizá, para alcanzar una pizca de conocimiento?

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