viernes, 21 de mayo de 2010

No estoy de acuerdo. Creo por el contrario que la inteligencia es solo una, la asimilo a un mineral de muchas caras o a un inmenso territorio. Según se considere desde uno u otro punto de vista el cristal, la piedra preciosa o como quieras llamarle, o se considere una u otra de sus facetas, se estará hablando de una manifestación de esa inteligencia, y del territorio, según se elija para cultivo una u otra porción de su tierra, feraz toda ella, se obtendrá una u otra óptima cosecha. La inteligencia brilla con su luminosidad máxima cuando quien la disfruta utiliza todos o cuantos más mejor de sus recursos.

Me sugieren un atractivo libro, pero por desgracia he de ser ya muy selectivo porque ya no tendré tiempo para leer todos los libros que me apetecería, nuevos o antiguos. De los antiguos, conservo demasiados, de los nuevos, se publica un excesivo número.

Una pena no poder absorber, como se bebe un vaso de agua aunque sea a la fuerza, el contenido íntegro y detallado de cada libro que nos llama la atención, que, incluso, a veces, nos atrae con una poderosa fuerza.

Estoy a punto de publicar otro libro de poesía. Cuando estoy a punto de recibir de la editorial un primer ejemplar es cuando el libro me parece que vale menos, que no merecería la pena publicarlo. Otro amigo, presentará en su día, el mismo, un libro suyo y aprovecharemos para presentarnos recíprocamente. ¿Por qué son tan evidentemente mejores que los nuestros los libros que escriben los demás?

Digresión súbita: salvados Sjówall y Wahlöö, y últimamente Stieg Larsson, ¿por qué nos llaman la atención los demás? Ignoro si es la traducción o está en el original habitualmente ese tono de narrador infantil, que incluso se advierte en Mankell, con que –y aquí resida tal vez nuestra boquiabierta atención-, se nos describe una cultura diferente, cuya posibilidad es probable que derive al menos en parte de que los nórdicos, hasta donde quepa generalizar, además de ser muy pocos, estén habituados a rozarse escasamente unos con otros, decirse pocas cosas, gastar pocas palabras y eso tal vez sea el motivo de que por dentro se les compliquen los sentimientos y permanezcan más atentos a la intuición, que es una manifestación intelectual más frecuente en los solitarios. Y hay otra cosa, se advierte en “los buenos” de cada novela, un cansado escepticismo derivado del descubrimiento de que incluso en circunstancias de máxima educación cívica compartida, del cerebro rectilíneo, esa primera capa sobre que se han ido depositando las sucesivas mutaciones de los humanos hacia mayor utilización y comprensión de sus recursos intelectuales, parten destellos de barbarie instintiva incontrolada.

Es probable que la educación, con ser tan necesaria para la convivencia, no baste, y sean necesarios unos principios, vuelvo a Küng con entusiasmo, derivados de una ética de universal aceptación.

No hay comentarios: