miércoles, 19 de mayo de 2010

Hoy –me digo- haré esto y lo otro- Lo de más allá, veremos. Pasa el día y hago otras cosas que no había planificado. Leo, a ratos me conformo, escucho la radio, que insiste en que el mundo anda como loco. Creo que no. Lo que pasa es que las noticias corren demasiado. Nos llega, adulterado, lo que decíamos ayer y nos golpea en el cogote, nos da una buena colleja, como si fuera una novedad. Nuestras palabras, montadas en el viento, al galope, han dado la vuelta al mundo. Es pequeñín, “piquinín” –decimos en esta tierra-, el mundo. Entre aviones y telecomunicación se ha hecho casi del tamaño de una naranja.

A los que conocimos los teléfonos de manivela y la radio de galena, y considerábamos pura fantasía los artilugios imaginados no sabíamos muy bien si por Julio Verne o por Leonardo da Vinci, tiene cierta lógica que nos sorprenda un poco contemplar a la gente que pasa, aparentemente hablando solos, en realidad al teléfono, pasándose recado o declarándose amores eternos.

Me invitan a una rememoración, un exposición, de juegos de los de antes. Ya no se juega más que en las pantallas de las play station tres, en los CP o incluso en las agendas de bolsillo, y, supongo que en seguida, en esas famosas tabletas que están a punto de llegar a las tiendas. Fue famosa una tienda de mi pueblo, cuyos dueños, letrados a medias, de latinajo improvisado, tras el encargo de varias resmas de no sé qué mercancía, escribieron en el papel que asimismo querían “idem, idem bacinillas” y, de allí a poco, en su día, recaló –dicen-, en el puerto, un barco lleno de ellas. Ahora, es cosa aseguran- de marketing, técnicas –traducen- de mercado, vender “idem, idem” de greeemlins y de gadgets, para la gente “in” de la electrónica, la cibernética y demás laberinto de artilugios digitales, compactos, cargados de chips casi invisibles –en seguida lo serán- que ya han sustituido a los misteriosos e intrincados regatos secos de estaño y a los transistores de la prehistoria de lo portátil, más allá de lo cual, aún recordamos los más ancianos a los hombres orquesta, que tocaban la armónica sujeta entre los dientes, con las manos un par de instrumentos, otro con los pies, y, sacudiéndose como un can al salir del agua, los de percusión.

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