Me paro a pensarlo y es tremendo que todo funcione alrededor como siempre desde que los humanos recordamos y que justo seamos nosotros los que estamos desconcertados, después de tanto estudiar y dar tantas vueltas a las ideas que desde hace relativamente poco parece como si estuviesen a punto de disolvérsenos entre las manos. No somos capaces de ajustar las máquinas de pensar a las circunstancias derivadas de los avances tecnológicos. Ayer le decía yo a mi nieta, que todavía no lo entiende, pero me mira con ojos de asombro, que hemos inventado unos juguetes con los que no sabemos jugar.
Y sin embargo, tenaz en lo suyo, se desarrolla, crece, hace ejercicios de calentamiento la primavera y la habitual cascada de rosas expresa con su aspecto de ruidosa carcajada, la alegría del minijardín del patio que cuida mi mujer. El mes que viene, Dios mediante, se encenderá el candelabro de los lirios que miden la efimeridad del verano, pero ya lo iré, también Dios mediante, contando.
Dicen los periódicos, en esas páginas color salmón que ahora avisan de su condición de económico financieras, que el euro está en peligro. Una pena. Nos habíamos sentido confiados por un momento histórico los europeos de la más varia condición en que íbamos a serlo por fin en común, olvidados de las tentaciones habituales de guerra que periódicamente asaltan a nuestros gobernantes y representantes y hasta inventamos, en un momento de trágica y paradójica lucidez, el euro. En seguida, la caterva que manda y dice que representa, se dio cuenta del riesgo que corría de ser sustituida por un organismo sólo, de paz, justicia y libertad compartidas y se ha puesto a inventar caminos nuevos y nuevas dificultades para el laberinto. Como consecuencia, estamos rotos en grupos de países ricos, pobres y ni fu ni fa, los que deberíamos ser comarcas de un solo país fuerte, capaz y diverso. Y el euro se nos cae de las manos, trasmutado a moneda de cristal.
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