martes, 1 de junio de 2010

Tengo un ejemplar del libro que publicaré el jueves. Una autentica pequeña obra de arte, su edición. Lástima que el contenido, es decir, mi obra, parezca una mona vestida de seda, que, según el refrán, aún así ataviada, con esa evidente elegancia, se queda en mona. A mí, he de confesarlo, hay poemas que me gustan, pero muchos los cambiaría ya, que pocas veces soy capaz de vencer la tentación de corregir lo que escribí un día, cada vez que lo leo. Repito una vez más que es muy difícil expresa, escribir lo que alguna vez se ha sentido. Los sentidos, como voces de sirena, transmiten a las neuronas mensajes equivocados y las neuronas, con sus peculiares limitaciones, propias de cada persona y puede que características de cada cual, discurren como pueden y emiten mensajes que los mecanismos de la escritura han de limitar a la frágil capa cultural de cada individuo sus posibilidades de expresar el sentimiento, al final una fotocopia deslucida y devaluada de la impresión inicial.

Comprendo que mis poemas no sean extraordinarios, pero son míos, y por eso me gustan, los que me gustan, y me produce una singular sensación leerlos articulados en algo tan admirable siempre como es un libro. Que la imprenta ha posibilitado multiplicar, pero aún el subconsciente es capaz, por lo menos en mi caso, de imaginar y es posible que recordar cuando un rollo era un tesoro que los emperadores mandaban emisarios a buscar a remotos países, dispuestos a robarlos o a pagar por ellos precios increíbles.

Hablando de otra cosa, han llegado hoy juntos el sol y la niebla húmeda del norte, el euro sigue enganchado en su telaraña, al borde de la cual, la araña se relame y lava las patas. Para colmo, hoy se han liado a tiros, ahora nadie sabe ni explica demasiado bien por qué, unos contra otros. Los “unos” disparaban sin duda, los “otros”, recibieron el tiroteo. Al perro flaco de la sociedad mundial perdida en su laberinto, todas son pulgas de ideas insuficientes para trepar o saltar a tratar ver el sol, por encima de esta niebla pegajosa. Un conferenciante dijo hoy no sé dónde que lo que no hay que tener es pesimismo. De acuerdo, pero ¿por qué no se lleva usted, señor conferenciante, a los tirios y los troyanos, como dicen que hizo el flautista de Hammelin primero con los ratones y después con los niños?

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