lunes, 7 de junio de 2010

Compro, vendo, cambio, decía el cartel, sin especificar. No se sabía, no sé aún qué compra, vende o cambia el chamarilero de la desvencijada furgoneta que por lo visto tres pitos le importa de qué se trate, él hará negocio con cualquier tipo de chatarra producido por el afán compulsivo de comprar que nos alimentan los colosales almacenes donde ha establecido campamento la tentación que hace tan poco saciaban Tigre Juan, el señor Andrés, todo a tres o León Salvador, amén de centenares de expendedores de los diferentes elixires curalotodos o de la eterna juventud, desde sus respectivos estalaches, reales o virtuales de todas y cada una de las ferias en que se compraba, vendía y cambiaba casi cuanto cabe imaginar.

La furgoneta aparcó, de mañana, a la salida del puente, enchufó un altavoz y pasen y vean, señoras y señores, que ha llegado el ropavejero y para ustedes se han acabado las penas y las tristezas, las preocupaciones y las crisis. El ropavejero, que por cierto vende miel de la Alcarria, afila cuchillos, navajas, tijeras, dispones de la panacea casi universal, que el cáncer, todo hay que decirlo, no cura, pero sí casi todo lo demás, incluidas la suciedad de la sangre y las manchas del honor.

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