sábado, 12 de junio de 2010

Novedad impropia de la época, reveladora de la frágil textura de nuestra civilización y sus ventajas es la de habernos quedado sin agua y que nadie nos diga lo que va a durar el fenómeno. Si es grave lo primero, lo segundo es tragicómico y desalentador.

El señor alcalde mayor debería apuntar en su agenda electrónica, tal vez en su iPad nuevo, que hay que ponerle a esa tubería que se rompe con cada riada una defensa, una armadura, algo que nos permita confianza en el suministro y no tener que andar con jarras, palanganas, bidones y desesperanzas, sumidos en la desesperación desasosegada de no poder lavarnos a conciencia.

Dependemos de un guiño, un pestañeo, para quedarnos a la luna de Valencia, inermes por falta de agua o de energía eléctrica, por más que suban las tarifas y se lleguen a pagar cifras muy superiores a las de nuestros ahorros de toda una vida de trabajo para asegurarse la colaboración anual de un exquisito futbolista o la de cualquier impresentable impúdico, de uno u otro género, de los que nos embrutecen a nosotros, personal embelesado y por desgracia tan atento, desde la ventanilla de la televisión, con exhibiciones de sus aspectos más miserables.

Ahí arriba dejo escrito lo de lavarnos “a conciencia”, cosa muy diferente de lavarse la conciencia. “¡Ah!, ¡la conciencia!”, que diría un vate que conozco. Entre quien la ha perdido y quien sufre el agobio de mantenerla estricta, vagamos todos estos mediocres, sufriendo lo que Erich Fromm llamó en el título de una inolvidable obra “miedo a la libertad”. Cuenta allí y no acaba, del miedo que asalta al ser humano cuando llega a esa etapa cultural en que se informa de que la libertad supone responsabilidad y de que la conciencia es la relación entre libertad y responsabilidad, la medida de su equilibrio.

No hay comentarios: