domingo, 27 de junio de 2010

Notas, ahora, que eres más torpe cada día que pasa. Cierras los ojos y tienes treinta años, como mucho, pero andas y la osamenta rechina, se queja casi audiblemente, el fuelle se agota, vacilas ante un movimiento rápido. La vejez pura y simple, sencilla como los versos y el agua clara, va haciendo el paquete -¿se lo envuelvo para regalo?-, cerrando la telaraña, la cápsula en que hemos de desaparecer ¿provisionalmente?. No sé, por lo menos hasta la resurrección que no soy capaz de imaginar en qué consistirá, pero decido una vez más creer.

Creer, me repito, es un acto de la voluntad. No un acto, sino una conducta, que consiste en una sucesión de actos, en este caso de voluntad. Algo así como recitar los treinta y tres credos que las viejas tradiciones recomendaban para no recuerdo qué día del año, y al final te perdías de modo indefectible, en un credo sin principio ni fin que se enlazaba sobre sí mismo.

Esta mañana, entre dormido y despierto, estuve, gracias a esa máquina del tiempo que es la memoria, en mis lejanos ocho o nueve años. Tenía en la mano el deteriorado casco de cartón prensado y pintado de gris con que jugábamos los niños de las guerras del siglo XX. El casco tenía el cartón gastado y asomaba su textura por una de las esquinas laterales. Yo estaba sentado en el borde de una cama y mantenía el casco entre las manos, en el regazo. Pensaba que el casco estaba roto- Una y otra vez el mismo absurdo pensamiento. ¿Qué más daba? Lo ignoro, allá en aquella época semiolvidada debió afligirme bastante lo que ahora no logré en definitiva entender. Por aquel año o al siguiente, alguien tuvo la feliz ocurrencia, que sin saber quién fue le agradezco todavía hoy de todo corazón, de reglarme los dos pimeros tomos que leí de Richmal Crompton, que durante muchos años iignoré que fuese una mujer. Se llamaban Los Apuros y Las Travesuras de Guillermo. El inolvidable William Brown, Guillermo Brown, coin sus tantas veces inseparables Proscritos: Enrique, Douglas y Pelirrojo. Hace mucho tiempo que no veo a ningún chaval con un libro de Guillermo en la mano. ¿Se leen aún? Se debería porque son, ceo, lo mejor que se ha escrito sobre la conducta infantil y sus motivaciones e interpretación desde el punto de vista, la peculiar perspectiva de los niños de once años. Porque Guillermo no crece, es como Peter Pan, durante los treinta y cinco tomos publicados en España de sus aventuras. Tiene y tendrá ya para siempre esos gloriosos once años de su epopeya infantil, llena de ingenuidad, de lógica, de ternura y de humor con que todo en la vida se enreda cuando decides ser el mejor, el número uno, pase lo que pase.

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