La puerta de entrada y salida de la semana es el lunes. El lunes tiene algo de principio y fin, sol y sombra, aliviadero y manantial. Me recuerda el agua que pasa desde la acequia del vecino, que ya regó sus fincas, a la propia, donde volverá a refrescar la tierra y aportarle cuanto trae de la ajena.
El lunes, como si nada hubiese muerto ni nacido, graznan las gaviotas, insultándose desde un tejado a otro de la calle, sumidas en su particular algarabía y despreciándonos a nosotros, los bichos de a pie, que vamos a buscar el periódico para enterarnos de que las cosas siguen sin arreglarse.
Si no fuésemos tan versátiles, los humanos, resultaría insoportable la sucesión de noticias de la crueldad con que cada día matamos a troche y moche y no sólo a los enemigos, sino, con demasiada frecuencia, a mujeres, maridos, padres, madres, hijos, de todo, en un arrebato, porque estaba chiflado, argumentan luego los abogados defensores. La humanidad está chiflada. Puede que tengan algo de razón.
Somos una partida de delincuentes potenciales, amparados en la presunción constitucional generalizada de la buena fe y la inocencia, pero que justificamos cada día, según el periódico acredita, el refrán ese que aconseja pensar mal porque acertarás. Nos timamos unos a otros con dinero inexistente –bueno, te lo concedo, dinero virtual-, nos prometemos imposibles fidelidades y amores eternos, nos abandonamos, unos a otros, como si fuésemos perros viejos y nos convertimos en mascotas vagabundas.
Si acaso, después, lloramos, como los cocodrilos, pero estamos al acecho de otra víctima del feroz egoísmo con que solemos conducirnos.
De vez en cuando, para compensar, supongo, nos metemos en un baño de buenas palabras, de que nos recubrimos como de un gel de baño y tratamos de autojustificarnos. En el fondo -nos engañamos a nosotros mismos-, no somos tan malos ni tan imbéciles … ¿o sí?
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