Vengo de desayunar –todavía limpiándome la boca con una servilleta de papel- y está reunido, a pie de ordenador, todo el consejo de administración del blog, es decir, yo mismo, con todos y cada uno de mis disfraces personales -¿quién no tiene y usa una serie de disfraces personales, para sobrevivir en este paisaje desolado de principios de milenio, caravana humana errática y los buitres sobrevolándonos?- A ver qué va a ser esto. Una partida de días sin poner mano en el teclado. Y pretenderás tener derecho a retribuciones, dietas y ser alimentado, que te planchen las camisas y hasta les cosan los botones cuando se caigan. Sigo, haciéndome el loco, cosa que ciertamente no me resulta demasiado difícil, y un poco más allá, tengo la puerta abierta del despacho del señor director, que también soy yo; ¿qué te has creído? ¿qué esto se escribe sólo? ¿quién eres tú para andar por el mundo ocupándote de tantas cosas como no te conciernen y dejando ésta de mano, que es tu verdadero deber?
Bronca va, bronca viene y todo por haber andado por ahí, azacaneado y al trote, de una reunión en otra, escuchando atento a ratos, otros garruleando, que las palabras se las lleva el viento. Lo cierto es que no estuve aquí, donde tal vez debería, Anduve entre libros. Siempre entre libros. Los libros contienen todos los secretos, las miserias y las fantasías de la humanidad y pienso que conviene hurgar en ellos durante épocas como la que estamos viviendo, para entresacar los principios básicos.
El gran defecto de nuestros responsables actuales es tratar de construir con materiales frágiles sobre arenas movedizas. Pronostico grandes desengaños, sufrimiento, pero al final, la humanidad saldrá fortalecida y renovada, como un adolescente, de estas crisis superpuestas a que nos han traído quienes roban tantas veces los conceptos, es decir el alma de las palabras.
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