miércoles, 23 de junio de 2010

Ayer escribí una página entera para luego borrarla. Una auténtica tentación, frecuente, la de borrar lo escrito. Uno, yo por lo menos, no tiene nunca la seguridad de estar diciendo lo que piensa cuando quiere hacerlo.

Hay dos maneras de escribir: dejando ir las palabras, según vienen, sin más que alinearlas para que resulten inteligibles, o tratando de decir lo que se piensa.

El primero es un modo agradable, casi siempre bienintencionado; el segundo es un peligroso ejercicio en que casi nunca se acaba por decir lo que se pretende, porque alguien, otro yo, de los varios que pueden descolgarse de cada receptáculo donde hiberna la multiplicidad de cada persona, interviene y altera el pacientemente orden con que se trata de opinar de manera trascendente.

La cosa es que borré cuanto había escrito y me refugié en el iTunes donde he ido coleccionando la abigarrada colección de la diversa música que prefiero escuchar.

Vuelvo ahora, tras de apaciguar, y a la vez, paradójicamente, desasosegar el espíritu con la Trilogía de Deptford, de Robertson Davies, ese deslumbrante autor que tardé tanto en descubrir, yo, que soy un ratón de biblioteca y sin embargo se me escapan cosas como esta, o, hasta en su día, el Quinteto de Alejadría, de uno de los Durrell, o el parque zoológico de su hermano.

“Repasamos su historia y trabamos conocimiento con algunas personas que figuran en ella y que puede usted conocer, o tal vez no, pero que son porciones de usted mismo.” Y en efecto, te das cuenta de que a partir de los cimientos del código genético, si profundizas en el recuerdo y valoras sus dimensiones y las de la hiedra que a partir de alguna de tus relaciones humanas pasadas ha trepado por tu corteza, hincándose incluso por debajo de ella, en tu carne viva de árbol ya tan añoso, descubres con asombro cuánto hay de otros en ti mismo, cubriéndote, enmascarándote, tal vez definitivamente convirtiéndote en lo que has de ser cuando llegue el momento de rendir cuentas y te pregunten, no sólo por lo que permitiste que te hicieran, sino por lo que habrás hecho tú, en otros, para contribuir a formar esta maraña social en que vivimos y de que formamos parte.

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