Por san Isidro, dicen en Castilla, el Santo, es decir, san Isidro Labrador, quita el frío y pone el sol. Lo está haciendo este año, han tirado cohetes y están graznando como locas, asustadas, las gaviotas, gira la bandada de paloma alrededor del parque y Laila, que yo sepa son los primeros voladores que oye, mira perpleja, olfatea el aire, y, en seguida, rompe a ladrar desaforada y recorre la casa en busca del feroz agresor desconocido. Luego, al ver que yo no me muevo, viene, movería el rabo, si no se lo hubiesen cortado tan al ras, apoya la cabeza en mis zapatos, me mira y se tranquiliza hasta el punto de empezar a mordisquearme los bajos donde antes el dobladillo de los pantalones.
Por san Isidro Labrador, cerezas en Oviedo, decía mi abuela, y trigo en León. Ahora las cerezas, grandes e insípidas, vienen de América en avión y plantan en León, además de trigo, colza y girasoles, el trigo, un mar de trigo, hay que bajar a buscarlo por los alrededores de la Mota del Marqués, que es un pueblo que debería, si no la tiene tener alguna leyenda, que yo imagino al pasar y ver su iglesiona cerrada, en obras, hace más de tres y de cuatro lustros, la ermita de más arriba y el lo alto del cerro que mi buen amigo Manolo Benito, que fue notario del Burgo de Osma y me ganó al frontón, porque yo le había ganado al mus en Aldeaseca de Armuña, junto a Salamanca, donde los viejos saberes, hace muchísimos, demasiados años, llamaría un teso, la torre del telégrafo que con luces o banderolas llevaba noticias del litoral a la Corte, cuando los peregrinos iban todos a pie, la gente en carro de acémilas y los bandidos por la serranía a caballo, trabuco colgado del hombro.
Por san Isidro Labrador, que eran tan buenas personas él y su mujer, santa María de la Cabeza, que bajaban los ángeles, por la noche, a trabajarles las tierras de pan llevar. Ahora, aquí, en las Asturias pequeñas, que ni siquiera llegan a Astorga, por donde Lucus Asturicum, los que bajan de noche a levantar el maíz y hurgar en los silos son los jabalíes, que luego va mi buen amigo Juansito, con su cuadrilla, los cose a balazos, con los debidos permisos y respetos y les come los jamones, con singular deleite, reunidos cazadores y amigos, como los galos de la aldea en torno a Asterix y Obelix. Dicen que una hembra de jabalí, con su media docena de rayones, levantan hectárea y media de maíz en una noche, mientras el macho se rasca el lomo en el pinar de más cerca y se afila como cuchillas los colmillos.
San Isidro Labrador es el patrono de las cooperativas de crédito, aquellas que se inventaron para que “el dinero del campo para el campo”. Ahora, el dinero, lo que se dice dinero, nadie sabe dónde se esconde y los sustituyen tarjetas de plástico, a su vez sustituidas por títulos valores, papeles y más papeles, cada vez más sutiles, etéreos algunos, sofisticados, que nadie está muy seguro de si valen lo que dicen, o más, en función del cuento de la lechera, o nada porque hay verdaderos artistas y orfebres capaces de multiplicar una rupia por su décima potencia y dejarla sin más, chascando los dedos, en una voluta de humo. Ese –te dicen señalando a un señor que atraviesa la calle rodeado de fornidos guardaespaldas- tiene milenta millones de euros. ¿Pero dónde los tiene? –preguntas, pregunto, ingenuos ambos-. Nadie lo sabe. Islas, paraísos, dinero negro, blanco, blanqueando, blanqueado, futuros, valores, sueños. Sigue siendo, a pesar de todo, verdad lo del pícaro: no me pongas, amigo, dinero en la mano, a mí, ponme donde lo haiga, que del resto encárgome yo.
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