Vuelve la literatura de aparente ficción sobre la idea desarrollada por Burroughs en sus fantasías marcianas y se acerca a la supuesta posibilidad de simultanear la existencia de rycores y kaldanes para que resulte en definitiva posible remendar y hasta renovar el cuerpo humano cuando el tiempo lo desvencija o lo deteriora alguna patología. No sé si valdría la pena, como no se hiciese en grupos familiares o de amigos. Sobrevivir a unos y otros, amigos y familiares, sería someter a penalidades inimaginables al pobre superviviente, así enfrentado cada vez a personas y personajes más diferentes.
Está por otra parte el afán de saber y conocer más, y enfrentarse a los apasionantes problemas que plantea en el futuro lo desconocido. Si en una vida tan efímera como la nuestra se avanza tanto como estos últimos años, qué no sería posible en dos o tres vidas empalmadas, Y sin embargo ¿a cambio de qué?. Para muchos, el siglo XX recién pasado fue, casi todo él, una horrible pesadilla, alternada con los felices treinta y los felices sesenta, que en algunos países y dentro de ciertos límites fueron como ojos de huracán, atisbos de placentera posibilidad de un mundo tranquilo.
Bajo a la ribera del río. Están ahí, enfrentadas a la corriente, a media altura del caudal, las truchas de todos los tamaños. ¿En qué consiste “estar vivo” para una trucha? Sube a veces el cormorán y se come unas cuantas. Pasa el figurín de pescador, cada vez hay más, uniformado con el impecable atuendo de pescador novato y de ciudad, echa el cebo y hasta pesca alguna, que salta, se supone que progresivamente angustiada, en el llerón. Hace unos meses, me divirtió ver que un avispado gato le robaba hasta tres a uno de estos petimetres del río. Que tampoco es el que era cuando estuvo plagado de anguilas, subían las angulas a flor de agua, pasaba el manso rosario de los muíles olisqueando las piedras del fondo, lamiendo, royéndoles el musgo. Parecían, entonces, piratas o raqueros, los pescadores, deslizándose atentos por el caz y las riberas, mientras los niños echábamos a flotar nuestras precarias embarcaciones de lata, madera y papel y uno u otro día, todos acabábamos cayendo al agua y volviendo a casa como gallinas mojadas, a recibir la consabida bronca y quien sabe si un merecido sopapo de los que ahora prohíbe estrictamente la ley, hay quien dice que para bien y quien dice que para mal. Pienso que lo malo del sopapo es cando se da con crueldad, con mala leche, y que un sopapo de padre o de madre casi desesperados, pero aún conscientes, puede hasta convenir para que algunos deterioros no se conviertan en lo que llegan a ser a fuerza de tratar de poner puertas al campo.
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