Escribir una carta, un pregón, un prólogo, un artículo, la columna. Casi todos los escribidores habituales quisieran tener, quisiéramos disponer de una columna que leyese mucha gente. Lo conseguimos todos con esto de los blogs, ¿cuadernos de bitácora? Un blog, esta minicolumna de cada día, que a la vez nos desahoga y nos alimenta, es más que un cuaderno de bitácora, que, cuando está bien redactado por el capitán, lo único que hace es un relato de acontecimientos sin comentario. El blog, que puede relatar acontecimientos, es de modo esencial el sentimiento provocado por alguno de los acontecimientos de cada día. Para el rutinario bloguero habitual que la mayoría somos, cualquier evento que se salga de lo habitual, es acontecimiento. Por ejemplo, que una gaviota se cague con singular puntería en la calva de un señor muy circunspecto que por aquí pasaba, por la acera de mi calle y se vaya graznando muerta de risa es un acontecimiento de los más notables del día.
Pues si, es claro que las gaviotas echan sus cuentas, piensan aunque tal vez no sean razonamientos profundos-, apuntan para tratar de encajarte su mierda en el cogote, y, cuando lo consiguen, ese graznido agudo, se ve claro que es un graznido de risa loca.
Durante nuestros primeros escarceos de bachillerato, nos daba clase ora de latín, ora de religión un coadjutor de la parroquia, luego cura párroco de un pueblecito de al lado, que un día nos contó en clase que cuando venía de camino había visto a las gaviotas jugar al marro. No pudimos, yo por lo menos no pude constatar que fuese cierto, pero tampoco me pareció nunca aconsejable disentir en público de la opinión de un profesor facultado para calificar mis esfuerzos para hacerme un hombre de provecho.
Lo bueno de ser rural es que vives, a la vez que en sociedad con otros especímenes humanos, con multitud de bichos de diferentes tamaños, que, si los miras con atención, a veces te proporcionan información y pistas útiles para desenvolverte en determinados aspectos del vivir humano de cada día.
Es una pena que no hayan inventado, los irracionales, algo parecido al dinero, para ver cómo resolvían el problema de su escasez sin caer en la peligrosa tentación de mezclar el dinero virtual, el del Monopoly y el de verdad, ese que tiene cobertura o valor por sí mismo, o el dinero que ya existe con otro que podría ser que existiera en un futuro que cada vez se fiaba para más largo, como el niño que fuimos e iba a la tienda de bicicletas a tratar de que le vendiesen una domiciliando en ella la paga dominical de los dos reales de la época. ¿Os acordáis? Decían que la autoridad competente hacía las monedas de real con un agujerito en medio para que los niños en particular y la gente en general aprendiésemos a mirar por el dinero.
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