Es difícil imaginar un domingo más deportivamente satisfactorio que el recién pasado, para un asturiano, que, como quien esto escribe, es además partidario del F.C. Barcelona.
Atraque en el puerto del primer domingo de abril, pasado por frío y agua, barro de las obras de la calle y algún que otro traspiés, más de vejez que de estado, también lamentable, del suelo removido, los pedruscos apilados y los materiales desparramados.
En determinado recodo del ruinoso entorno, alguien ha debido dejar cosa comestible, alrededor de que se arremolinan y pelean una excitadísimas gaviotas. Esos airados graznidos son, de seguro, en su idioma, gravísimos insultos, que se cruzan entre picotazos, a la vez atentas a la pelea y a devorar las hilachas que pueden arrancar de la pitanza que entre todas desgarran, tal vez, por su aspecto, un gran ratón o un pequeño gato ya irreconocibles o la cesta de la compra olvidada o perdida por alguna ama de casa, despistada, del barrio.
Desde una ventana vecina, un perro pequeño trata de poner orden con sus ladridos, casi colgado del alféizar.
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