Se nos grita, con cierta prudencia, desde las esquinas oscuras, con la careta puesta, que procede rebelarse, que es lícita la revolución. Pues bien, yo contesto que nunca es lícita la revolución si no se hace más que para sustituir al gobernante. La única revolución lícita posible es la que se hace para cambiar el modo de gobernar.
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