Soy partidario, aficionado y afín, desde hace muchos años, buenos y malos y hasta regulares, del Fútbol Club Barcelona. Estoy de acuerdo con quienes dicen, según leo en una nota de prensa, que cuatro partidos, cuatro, cuatro enfrentamientos, todos trascendentales –uno algo menos-, entre el equipo que prefiero y su mejor, mayor y más enconado adversario, que es el Madrid Club de Fútbol, constituyen lo nunca visto. Y, en lo deportivo, lo paso mal, puede que porque yo sea un mal deportista y quiero que siempre ganen los míos, los que yo prefiero, y me pone muy nervioso, dentro de los límites de lo deportivo, insisto, la posibilidad evidente de que, como puede ocurrir siempre en cualquier juego, le gane uno o varios o todos los partidos su mayor, mejor y más enconado adversario, con que se va a enfrentar nada menos que en cuatro ocasiones seguidas. Una para debatir la penúltima posibilidad de decantar el resultado de la liga nacional, dos para dilucidar quien se queda y quien no en la liga de campeones de Europa y la cuarta y última, para disputarse la copa del Rey.
En la liga, cualquiera que sea el resultado de este partido, tiene mi Barcelona las mejores bazas para acabar campeón; en el campeonato europeo, la cosa estará que arde, al cincuenta por ciento, un mucho dependiendo del juego que desarrollen los protagonistas y otra mitad dependiendo de ese azar que juega todos los partidos y los juega siempre a su aire, sin miramientos, golpeando a buenos o malos con la misma indiferencia y en ocasiones determinando por encima de méritos o deméritos lo que mejor le parece, y el campeonato de la copa del Rey será otro cara o cruz, pero con menos morbo y con la posibilidad sin embargo de ser el remate y remache de una humillación completa de cualquiera de los contendientes que haya podido perder en las tres confrontaciones anteriores.
Toda una peregrinación, en busca del efímero laurel de campeón, por una parte, con el añadido en este caso de resultar mejor entre dos incompatibles; dos de esos mozos para quien es imposible convivir sin confrontarse e inconcebible tenerse por inferior, menor o más débil.
Cada uno lleva, como suele ocurrir en este país nuestro, nuestra España, tan poco dada a matices y sutilezas, lleva detrás a la mitad de la parroquia posible, que es casi todo el censo electoral.
Porque, siendo las cosas como son, ha llegado un momento en que cada ciudadano “salta”, como decíamos de niños, por uno de los equipos de su comarca, su terruño, au autonomía o su ciudad, pero y por añadidura, o es del Madrid o es del Barça, especimenes aparte, equipos casi, casi, internacionales –hay muchos equipos nacionales que ya querrían tener uno de los dos elencos enfrentados, diferentes e inalcanzables, salvo por alguno de esos milagros que se operan en los campos de fútbol, donde fluye el azar, paralelo a los méritos y dando glorias inesperadas, disculpas increíbles y al final consuelo a los perdigones, cuyas muletas de recuperación son la “suerte” y el “árbitro”, que ese no juega, pero se la juega al tener que decidir entre dos apasionadas y contradictorias versiones subjetivas de unos hechos que apenas tiene tiempo de ver ni tiempo para reaccionar, decidor y sentenciar.
-Que Dios reparta suerte.
-Pero hombre, con las que están cayendo … ¿va a tener tiempo y humor Dios … ?
-Pues si, yo creo que el buen padre Dios, que está en todas partes, irá también al fútbol, donde tantos miles de personas se reúnen y apasionan, y sufren y hasta lo invocamos y convocamos en nuestro auxilio. Lo que pasa es que del otro lado hay otra gente que también pide auxilio. Deduzco que será neutral, pedirá suerte y al final, deparará a quien respectivamente corresponda, toneladas de alegría y de consuelo.
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