O hablas de política o de economía, lo demás son cosas serias, con que no se puede andar jugando. La política y la economía, en cambio, son un par de bagatelas que confiamos a divertidos aficionados que es probable que en otra dedicación no tuvieran porvenir. Se hacen profesionales. La experiencia que van ganando a fuerza de hacer campañas electorales, los convierte en expertos del ramo. Y conocer las cifras del paro y ser conscientes de que a medida que van siendo mayores les iba a costar encontrar dónde ganarse el pan, los garbanzos y la cebolla del “contigo pan y cebolla” de cada día, cosa que justifica ese agarrarse como a un clavo ardiendo a los brazos de cada poltrona de mayor o menor fuste.
En política, lo importante es saber prometer, saber sonreír y ser campechano durante la precampaña y la campaña. Después, basta con procurar ser discreto y tener a quien echar la culpa del resultados de ocurrencias y dislates.
En economía, la cosa ya es peor. Ahí, cada año, suele haber un período de rendición de cuentas del anterior en que te encuentras con la inexorable de resultados.
En ambos casos, conviene tener unos cuantos colaboradores de palabra fácil e imaginativos. Que sepan estar al acecho de los comportamientos del adversario y sean expresivos y locuaces para ponerlos de relieve ante el auditorio, ávido siempre de que le cuenten debilidades de otro para así de algún modo justificar además las propias del que escucha.
En economía, donde es más arduo explicarse, se puede en cambio justificar la carestía de la vida con los de los precios del petróleo –a esas alturas le llaman “crudo”- y las crisis, de que siempre tienen la culpa unos misteriosos, sagaces, furtivos y huidizos “ellos”.
La zanahoria de los cuentos tiene también su función, sabiendo enseñarla a tiempo, como al burro, en concepto, como se hace con el burro, de alternativa al palo.
Cuando la zanahoria no se produce o no llega, la culpa es de “ellos”.
También puedes hablar de fútbol, que es algo de que “todos” entendemos. El fútbol, estos días, lo acaparan el Barcelona y el Madrid, sus técnicos, sus asesores, sus entrenadores, sus secretarios técnicos y administrativos, sus recogepelotas y sus segadores, jardineros y regantes. Todos echan su cuarto a espadas y tratan de empujar el balón, con buenas o con malas artes, como sea, dentro de la portería del adversario. Sutil en especial, el entrenador de los de la Capital, que dice y no calla lo que le parece que puede colaborar desde fuera del campo a condicionar lo que ocurra dentro. Cada vez que dice, alguien, jugador, árbitro o entrenador adversario, sienten una inevitable inquietud. Eso se llama provocación y desequilibrio deliberados. Me recuerda a aquel conocido que tengo, que siempre dice que lo esencial es ganar, aunque sea –dice él- de penalti injusto y pitado fuera de plazo. Ignoro si tiene razón, pero podría ser que desde un punto de vista puramente utilitario, sea que sí.
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