Caemos en la banalidad y arrancamos de los niños la quintaesencia de su niñez. Los convertimos, con singular crueldad, antes de tiempo, en adultos despreciativos de lo lúdico y lo fantástico, y en seguida, ahora mismo, a la vista de las consecuencias de nuestra insensatez, en vez de corregirnos a nosotros mismo, lo que pretendemos, es decir, pretenden algunos sesudos responsables o aspirantes a responsables del organigrama social, lo que pretenden es el dislate de completar nuestro desafuero rebajando la edad penal
De nuevo, el género humano, a medida que parece que progresa en su civilización, lo hace en la barbarie y acredita que era cierto lo que nos contaban de que es imposible regresar al Edén, tal vez precisamente por ser como somos, nosotros y nuestra inseparable sombra, capaces de la luz y la oscuridad simultáneas, de la esperanza taraceada de escepticismo.
Tenemos que recuperar a los niños. Es urgente sacar de la guardería y de la escuela a los falsos profetas. Un exceso de prisa en el ritmo del conocimiento, un atajo hacia la sabiduría, por otra parte ambos indispensables para el ser humano, destruyen en flor la necesaria generación de lo lúdico, del sentido del humo y de la fantasía cuando es mucho más importante sentar las bases del juego limpio en todos los órdenes de la vida que el aprendizaje práctico de cómo se opera la continuidad de la especie.
Echo de menos a los niños en la calle, en el parque y en las caleyas y demás caminos rurales, jugando a lo que jugábamos los niños, los echo de menos leyendo relatos de aventuras imposibles, plagados de mapas del tesoro y del país de las hadas. Tal vez, sin que nos enterásemos, con esto de tantas prisas, haya muerto Peter Pan y estén prisioneros, sus amigos, en la sentina maloliente del velero del capitán Garfio.
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