La librería de viejo huele a polvo de libros. Los libros mueren (probablemente), hechos polvo de libros. Y no acierto a imaginar si son las letras o serán las palabras, las frases completas, los párrafos o las páginas, tal vez sólo el papel, lo que se va dispersando en átomos, electrones de letras y no serán más que las palabras verdaderamente brillantes las que floten ya hechas polvo en el rayo de sol que penetra por la claraboya adornada de telarañas.
Hurgo por entre los libros, entristecidos de vejez, esperanzados como cachorros, que se me agarran, lo siento, a las manos, con la pretensión más que evidente de que los saque de este cementerio de libros y los recomponga en el ejército de los míos, desordenados en el desván, pero cuidadosamente alineados en las estanterías, los plúteos, como prefería escribir Azorín.
Me acuerdo especialmente de Azorín cuando paso junto a uno de esos pueblos semiabandonados, que, como ese de Castilla que no quiero nombrar, tienen la iglesia cerrada a cal y canto, rodeada de cascotes y alambre de púas y con un viejo letrero que dice que se halla en “restauración”, por las trazas puede que desde el año de Maricastaña. Ya no son pueblecitos. Son, cuando más, recuerdo casi apagado en cabezas que se olvidaron ya de los años que han pasado desde que se fueron del entonces todavía pueblecito y, como la mujer de Lot, miraron por encima del hombro, antes de irse del todo, sin convertirse por cierto en estatuas de sal.
Por un euro, me llevo libros de esos que en teoría ya no existen, de cuando los libreros eran libreros y los editores, editores. Libros escritos en papel y con sobrecubiertas de cuando todas las escaseces.
Una verdadera multitud, que no estuvo allí, por cierto, habla y no acaba de aquellos según cada opinante horribles tiempos. ¿Sabes?, yo era joven, entonces, y los jóvenes nos parecíamos sobremanera a cualesquiera otros de cualquier otra época y ahora mismo, añoramos nuestra juventud como fue, porque te aseguro que aquellos duros tiempos tuvieron sus alegrías, dolores, encantos y desilusiones lo mismo que estos duros tiempos de ahora, cuando hemos ganado muchas cosas, pero perdido muchas otras, también entre alegrías, tristezas, encandilamientos y desilusionado escepticismo.
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