Ha sido para mí un descubrimiento la poesía y la prosa de una paisana como es Olvido García Valdés, de una envidiable modernidad entroncada no sólo en los clásicos, sino también en el siglo de plata de la literatura inglesa, que sitúo más o menos entre finales del siglo XIX y hasta mediados del XX. Y la culpa de esta ignorancia ha sido sin duda toda más, en cuanto esta paisana de Santianes de Pravia que vive y trabaja en la Toledo imperial ya había sido premiada con el Premio Nacional de Poesía del año 2007. Leo con singular deleite, entresacando de aquí y de allá, la prosa y los prosemas de su “poesía reunida” (“Esa polilla que delante de mí revolotea”), antología editada por el Club del Libro, Barcelona, 2008, y los recomiendo sin dudarlo a cualquier amante de la espuma de literatura.
Y ha llegado el bochorno de principios de verano, salteado de noticias sobre esa gripe que viene como un orvallo paciente, extendiéndose, nadie sabe si preparando, allá para el otoño, mayores males, porque estos virus que ahora conocemos –sin duda ya existían, éstos o sus semejantes, cuando la gente se moría y no sabían de qué con exactitud-, al parecer disponen de mecanismos de defensa (¿inteligencia rudimentaria? ¿instinto?), que les permiten o les obligan a mutar y hacerse más resistentes, ofensivos y peligrosos para la delicada máquina de supervivencia humana, incluso ayudada para el caso por vacunas y remedios de esos que a veces resultan tener dos filos, uno para defender y otro para debilitar o incluso agredir al humano soberbio de nuestra época, muchos de cuyos especimenes se atreven a proclamar tanta autosuficiencia que hasta les sobra cualquier tipo de moral o de religión, sin darse cuenta de que un bicho invisible, un mecanismo de vida apenas apreciable a fuerza de mecanismos y aumentos de microscopios sofisticadísimos, puede actuar como el caballo de Atila o uno de los del Apocalipsis y derrotar los presuntuosos visitantes de la Luna.
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