Dice Patrick Rohfuss que “un poeta es un músico que no sabe cantar”. Pues, ahora que lo dice alguien, de algún modo parece que podría ser y que por eso hay tanto poeta frustrado, de esos que nos deberían llamar, si es que no lo hacen ya, poetastros. Es ésta una palabra, un nombre común de sonido andrajoso. Tal vez de impotencia por llegar a la poesía, que es siempre eminentemente estética y que tendrá algo de musical inefable, si no se sabe cantar. Trágico asunto el de escuchar la música y no saber repetirla, ni mucho menos crearla, ni siquiera decirla. La gente, las personas, estamos llenos de carencias. Vacíos de utilidades artísticas. Incluso el hablar se nos da mal y tendemos a sustituir la definición por el insulto. Nos quedamos sin palabras con demasiada facilidad.
Declina la primavera con el paisaje velado por una niebla pegajosa que casi llega a ratos a concretarse en lluvia. Y como con razón dicen que es difícil engañar a gato o perro viejos, el cocker asomó esta mañana el hocico, venteó, levantando la cabeza, se metió el rabo entre las patas y salió como un cohete camino del desván, que es donde se siente más protegido, seguro y aislado del mundanal ruido.
El lunes, como un viejo palimpsesto enrollado, se va abriendo cauteloso, húmedo. Hasta la garrulería política se hace más llevadera pasada por niebla inmóvil.
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