Viejas palabras de amor desenterradas de las cartas amarillentas y las páginas de las biografías. ¿Quiénes somos para entrar a saco en la intimidad de quienes no lo habrían permitido ni escribieron para que nosotros metamos la nariz en sus debilidades?
¿Debilidad? ¿Alguien da por supuesto que el amor es debilidad? ¿He sido yo? Craso error. La recíproca atracción, incluso la unilateral, tienen fuerza de huracán, de tornado. Y sin embargo, la historia reciente pone en duda social la conveniencia de dejarse ir, seguir los impulsos acelerados de quienes deberían, de acuerdo con las normas, hacer para bien del delicado encanto de la burguesía acomodada, bodas de conveniencia y arreglo económico, prosperidades previsibles, dulces proyectos de sosegada armonía, lograda a base de paciencias tolerantes.
Me ofende que pongan al alcance de nuestra curiosidad implacable las confesiones de enternecida ternura, los feroces desahogos de la fogosidad, esas estrofas y las prosas escritas para conmover el corazón del otro, la esquina más vulnerable de su sentimiento. A veces suenan como una música incomprensible para la dureza de oído de este siglo de las economías desplomadas y la política de ardides y mañas. Dicen mentiras hermosas fuera de lugar en una época de burdas mentiras interesadas. Hablan de luces y de sombras, los espectros de aquellos enamorados, por entre las ruinas de todas las guerras libradas en busca de la felicidad. Sus palabras son como ecos ininteligibles. De algún modo, sin embargo, tal vez acrediten la certeza de que el amor es eterno y está por encima del tiempo y del espacio, siendo esto que llamamos amor un vago reflejo de su sombra. -
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