viernes, 26 de junio de 2009

El mérito de algún que otro escritor inglés de esa edad de oro de su literatura, de principios del siglo pasado, estriba en que la narración juega con los silencios, interpretados y a veces hasta parece que telepáticamente transmitidos, de los protagonistas de cada escena. En la nuestra, nuestra literatura, quiero decir, el personaje que dice una frase por demás prolijamente expuesta, a continuación, sale por el foro, como se dice en el lenguaje teatral. En la suya, no. Allí, el personaje sigue en escena, añade matices a los dicho, de algún modo añade algo, completa la frase, hasta puede contradecirla y, yo lo dije antes, completa la comunicación, y así la narración de lo ocurrido o no, trascendente para atravesar el nudo y asomarse al final de la novela.

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