Recuerdo que así empezamos a tenerle tirria al equipo ese de los millones, que, dice su presidente, va a volver a ser lo que fue, es decir, visto desde nuestra perspectiva de forofos de otros equipos, a ser el chulo del barrio, que se saca del bolsillo el fajo y allana los caminos, tienta las lealtades y desmonta las ilusiones de los demás porque ellos tienen que ser una colección fantástica de nombres y de prestigios y a quien le duela que se “arrasque”.
Nadie debería poder disponer de tantísimo dinero como esas inimaginables cantidades que se cruzan en el fútbol. Aunque no sea más que por la desesperada y desesperante envidia que despiertan en quienes querrían poder enfrentárseles en su terreno, que ya decía el abuelo que “tú no te sientes a jugar con ningún tramposo, a menos que estés dispuesto a hacer trampas y sepas”. Tal vez lo mejor, no jugar. Irse a casa todos y ni mirarlos.
Que no digo que los pobres, los inútiles o los poetas, seamos mejores que ellos, desde ninguna perspectiva, pero sí que ese ostentoso gesto de que pueden pasar, pagando, por cualquier puerta, me parece muy mal ejemplo para una humanidad que está a punto de descubrir que no hay más cera que la que arde y probablemente habrá que reducir comodidades para compartirlas con quien todavía no ha tenido ninguna.
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