lunes, 22 de junio de 2009

Se escriben cada vez menos cartas. Ahora, el sms es más escueto y se adecua mejor a la prisa del tiempo y de la gente. Te dije lo que tenía que decirte y se acabó. ¿Para qué los adornos? Ha desaparecido el deleite de una descripción que se escapaba al autor de la carta. Su autora, que, distraída mientras se hallaba pensando lo que nos iba a decir a continuación y cómo hacerlo para que no pareciese que estaba diciendo más o menos de lo que querría decir, se entretenía con la descripción del paisaje o diciéndome que acababa de ver pasar un pájaro, tal vez el primer vencejo del verano, y se habían alborotado por no sabías qué ruido, las chovas, salidas de sus mechinales de la espadaña de la iglesia donde estuvimos. Sonaban nuestras piadas en un insólito solado de madera y mira –me dijiste- es la patrona del lugar. Apenas invisible en su pequeña hornacina y sin embargo son las mayores fiestas, por la Virgen de Agosto. Los mensajes, los sms’s no hablan nunca de si hace sol o lleva unos días lloviendo. Ha salido el nordeste o el abuelo está tosiendo su bronquitis de siempre, en su rincón de mirar sin ver cómo pasan sus nubes favoritas. Ahora el abuelo –me dijiste- ha dado en pensar que todos los años son las mismas nubes, salvo algunas que echa de menos y se corresponden, según él, con sus amigos muertos, los que tenía tan olvidados que apenas recuerda su nombre de cuando paseaban discutiendo si existiría o no un superhombre nietzcheano o merecía la pena asomarse a las teorías de ese filósofo ¿cómo dices que se llama?, de que habla la revista de este trimestre. Las revistas también desparecerán, como las hileras de librotes formados como coraceros o como ejércitos de viejos elfos veteranos de la guerra de la última isla del último archipiélago de la última fantasía. Por eso tal vez, hoy que te he olvidado, te escribo esta carta que no sabré dónde enviarte, pero no vi tu nube ayer, cuando entraba el verano a trompicones, enceguecido de niebla, y eso me hace suponer que tal vez ye hayas perdido en algún laberinto y por eso conviene que te escriba una carta, ésta, como una voz que te oriente hacia la salida, o tal vez la entrada, cuando puede que te hayas dormido y retrasado y vendrás arrastrada por el tropel de los estorninos, cualquier tarde de éstas, arrastrando la carroza de mis sueños.

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