lunes, 15 de junio de 2009

En algún lugar
tiene que haber un mundo prodigioso, que anhelamos,
recordamos los hombres al nacer
y por eso ese llanto irrefrenable,
esa búsqueda del regazo
maternal.

Tiene que haber un mundo
donde,
tal vez, cada uno de nosotros, no sea
más que un sonido, el cabrilleo
de la luz
de la mañana del señor san Juan.

Tiene que haber un mundo,
puede que entre la niebla, en medio del bosque, por encima
de las nubes.

Pero tal vez sea un mundo
a que nunca jamás podremos llegar
por haber estado en éste
donde estamos cometiendo todas las atrocidades posibles.

Me consuela pensar que en ese otro
mundo,
alguien
como yo
se habrá enamorado de alguien como tú
y será su amor
como el agua que corre,
como el viento que pasa,
sin necesidad siquiera de palabras,
sin caricias,
todo amor,
como la pura luz
de la amanecida.

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