No es lo peor de estas máquinas cada vez más pequeñas de tamaño, pero más poderosas, su complejidad, sino el libro de instrucciones, que contribuye, como las aclaraciones de determinadas corporaciones a que no se entienda nada y lo que se entienda se pueda interpretar al revés.
Dicen que ocurre como con las indicaciones de contraindicaciones de cualquier medicina, que, de leerlos, acabas por no tragarte las cápsulas o las pastillas o no ingerir las cucharaditas de después del “agítese antes de usarlo”.
Los niños desdeñan y tiran a la basura las instrucciones y se ponen alegremente a manipular y tecletear en su nuevo artilugio sin la menor dificultad. Los mayores tratamos de leer cada prospecto y al final yo no sé si debo dar a ese botoncito o al otro.
En lo que todo acaba es en un montón de enchufes donde cada día hay que recargar las baterías de un número creciente de artefactos de aspecto inocente, pero a través de los cuales ya se ha montado toda una red de posibilidades de que te timen y se gasten nuestro dinero como si fuese suyo hordas de avispados conocedores de los entresijos más secretos del numeroso utillaje de supuesto trabajo y entretenimiento y comunicación de los niños y mayores de cada hogar. Y cada día llegan notas bancarias con mayor número de grandes y pequeños cargos de dudosa justificación y facturas derivadas de relaciones que jamás has sostenido con nadie o de gastos que jamás hiciste con ninguna de tus tarjetas de crédito ni de débito.
Y se han tenido que promulgar reglas de eliminación de las fuentes de energía agotadas porque la basura que representan sus residuos están empezando o concluyendo, no sé, la que parecía ardua labor de envenenamiento del planeta que dicen los más pesimistas que podría cansarse de cobijarnos.
Tal vez el veneno más sutil, voraz, contaminante y peligroso sean estas máquinas que poco a poco vienen completando la labor iniciada en su día por los automóviles, de ir seduciendo a los humanos con sus aparentes posibilidades de conducir a otra utopía y estársenos llevando a la catastrofica invasión que un día podría culminar en el gigantesco vertedero global de que ya son bocetos los que vemos en las orillas de cada carretera, erizados tentáculos, oxidados en montones cada vez mayores.
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