miércoles, 10 de junio de 2009

La pajarapinta que revolotea. El picaflor. Un patomarín, que les llamábamos de niños, y éste sube que sube hasta el puente que llaman de travesía, a comerse, como buen cormorán, los alevines de trucha, que el no sabe de la ridiculez al uso de poner unos carteles que dicen que éste es un “coto sin muerte”, en que se espera a pescadores, ataviados hasta el último detalle como en el figurín, que, trucha que pesquen, trucha que soltarán, y así vale para que la pesquen otros y otros y no se acabarán nunca, esas truchas deformes, de labio partido por tantas mordeduras de anzuelo y tanta aventura, y tendrán cicatrices, en sus caras de trucha, que enseñarán o hurtarán a sus truchinietas para que no sufran: abuelita trucha, ¿cómo te hiciste esa marca tan horripilante?

Monedas de juguete, partidas de monopoly y de oca. El juego de la oca era remedo del laberinto de la catedral de Chartres, que a su vez parece serlo del camino por antonomasia, que es el camino de Santiago. Monedas y billetes de colores vivos y alegorías, con fábulas escritas en el dorso y una esperanzadora hoja de árbol verde en el envés. Un día, a un amigo mío, le dieron un billete que ponía: “en caso de incendio, dele la vuelta”, se la dabas y por el otro lado decía: “¡ahora no, imbécil!, en caso de incendio”.

Hamlet sigue dando vueltas, absorto. Se ha olvidado del resto de su papel y se obstina en repetir lo de que palabras, palabras y más palabras. Ingeniosas palabras con que nos cuentan el cuento de la buena Pipa, como a las truchas. Es un “coto sin muerte”. En medio del desierto, alguien ha visto nacer un brote ¿de madreselvas? “Madreselvas en flor” añora el tangazo que de jóvenes no sabíamos bailar. Oiga; por lo que más quiera; un pasodoble. A la invitación desfilatoria del pasodoble salíamos a la pista los más viejos y los más jóvenes, arrollando, ciegos, con nuestro amor en brazos, núbil, ay que poco duraba un pasodoble, un desfile una juventud, divino tesoro, avisa Rubén Darío, que te vas para no volver. ¿Vuelve? ¿Es juventud la ingenua manía del anciano, de soler olvidarse de, poco a poco, cuanto tanto le costó aprender?

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