En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
jueves, 11 de junio de 2009
Hay, es evidente, un tiempo para cada cosa. Nos aturde que no se detenga cuando nosotros lo haríamos, pero debe procurarse ajustar nuestra cadencia a la suya, idea que me lleva a la pregunta tal vez imposible de contestar de si el tiempo, cualquier cosa que sea o deje de ser, tiene diferentes cadencias posibles de movimiento o si padece, o disfruta, de titubeos como los nuestros. Se me ocurre la presunción de que el tiempo se mueve con velocidad constante –tal vez incluso se esté quieto- y somos nosotros los que nos movemos en relación a él, o lo contemplamos desde distintas perspectivas o a diferentes distancias. En lo que insisto es en que hay un tiempo para cada cosa, cada actividad, cada concepto, hasta que el tiempo, como todo lo demás, se disuelve, difunde e integra en la luz, que a su vez penetra en cualquier agujero negro donde ya somos incapaces de imaginar, con un mínimo de posibilidad siquiera de acertar, lo que ocurre cuando todo de ya de ocurrir y se estabiliza. De momento, siguen arremolinándose los cambios de tiempo de una primavera estremecida, escalofriada y estremecedora, con ese aditamento de que hayan declarado el estado mundial de pandemia, con unos seres vivos ágiles, capaces de viajar y reproducirse increíbles, que pueden matar sin elegir, como quien reparte la suerte o la desgracia igual que sembraban antes a voleo los antiguos labradores de cuando no había máquinas. Parece que de momento, son unos bichos sin demasiada mala intención, que se limitan a demostrar lo frágiles que somos los humanos y que hay seres vivos que podrían tomar venganza de los otros más grandes que hemos exterminado o puesto en peligro de extinción sobre este territorio que no sabemos a ciencia cierta si estaba pensado para la armonía de las especies o para que unas fuesen acabando con otras, en busca de una definitiva de que nadie sabe cuándo, algún acontecimiento imprevisible acabará con los últimos ejemplares para que se restablezca la armonía y todo ocurra de nuevo o deje definitivamente de ocurrir. Un tiempo, en efecto, para cada cosa.
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