Continuar marchando o reventar –era una de las viejas consignas de la romántica Legión Extranjera de P. C. Wreen y su Beau Geste-, y su obsesión colectiva: no sólo llegar, sino además llegar pronto, en seguida, tal vez antes de iniciar la andadura. Así va el mundo. No dan tiempo, los acontecimientos, de mirar el mapa para comprobar si el esfuerzo se hace o no para llegar a donde se pretendía o si vamos, sobre el lendel, imitando al esforzado matalón de la noria, que saca agua, sí, pero jamás comprueba si es potable.
Quitan de las estanterías y de los escaparates y descatalogan los folletos de explicación de lo que puede ocurrirnos antes de que hayamos tenido tiempo de ahorrar para comprarlos. Hay que hipotecarse para comprar un techo y gastar el dinero de la siguiente generación, que la ventanilla del banco nos echa a regañadientes porque en el fondo sabe de antemano que va a ser difícil que podamos pagar y pagar además de, en cuanto lleguen, las pensiones de compensación y de alimentos de los hijos siempre bajo guardia y custodia de la madre, tal vez porque madres no hay más que una y el aforismo dispensa a su señoría de darle más vueltas al asunto y hacer más cavilaciones.
Nos interpretan todo, desde la esoteria hasta la estanflación, y las culpas sigue siendo, como siempre “de ellos”. Unos “ellos” misteriosos, en apariencia poderosísimos, que hacen y deshacen a su antojo y les rompen los esquemas a nuestros por otra parte empecinados ocupantes de los escaños de los tres poderes de que dependen la paz, la justicia y la libertad de los humanos. No sé para que leo periódicos, que no son más que acta diaria de lo que me esperaría si la piadosa dama del alba no llegara a su tiempo para liberarme de impuestos, agobios, temores, hipotecas y demás duelos y quebrantos.
Y ahora, para colmo, hay gente que mata a más y mejor, tal vez como remedio demográfico de sus preocupaciones, envidias, rencores y demás especias eventualmente sazonadoras del guiso de vivir. Y deja chiquito a Aníbal Lester, con los turbios manejos a que obliga el viejo oficio artesanal de matar, desde el la infinita variedad del asesinato hasta su ejecución de castigo en la guillotina, la cámara de gas, el fusilamiento del amanecer, la silla eléctrica, la soga del ahorcado o el simple, sencillo y práctico garrote vil de nuestros ancestros, mucho más paradójicamente piadoso que la hoguera de la santa Inquisición.
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