lunes, 29 de junio de 2009

No sé cuántos mil ejemplares –creo que doscientos mil- en un sólo día de ventas del último tomo de Millenium, trilogía escrita por el sueco Stieg Larsson. Ahora, los libros que son objeto de promoción publicitaria hecha supongo por sus editores o sus distribuidores, se anuncian días y a veces semanas o meses antes de su puesta a la venta, para alargar los dientes de una ingente masa de clientes que me pregunto también qué son. Ignoro si somos los lectores viciosos de siempre, nuevos lectores, una mezcla de ambos o una nueva pléyade de gente que después no lee lo que compra, ni siquiera en los casos de comprar con buena intención, pero sin la afición imprescindible para tragarse una por una más de quinientas páginas, por término medio, de lo que ahora llaman un “best seller”.

Una trama bien urdida, una solución bien lograda, un asunto entretenido, pero demasiadas páginas para contar algunas de las banalidades que envuelven el asunto detectivesco que en la obra se contienen. El libro mejoraría, en mi opinión, con una poda de su autor que lo despojase de parte de la hojarasca que considero innecesaria.

Por desgracia, el autor ha muerto y demasiado joven. ¿Le habríamos votado para el premio Príncipe de Asturias de las Letras? ¿A quiénes y por qué se vota para éste y otros premios?

Me diréis que a los mejores de cada momento, pero ¿quiénes y por qué son los mejores?

Alrededor de veinte personas, ensayistas, escritores, catedráticos, poetas, periodistas, académicos y editores, analizan, deciden, debaten, exponen y por fin componen ese colectivo que supone un curioso concepto: “el voto de la mayoría”, que confiere el premio y con él título de preferencia a uno entre sus pares; uno entre las alrededor de cuarenta personalidades propuestas para obtenerlo.

Me pregunto cómo y por qué se va conformando la coincidencia por medio de que se forma la mayoría, a partir de la multitud de preferencias inicial. En ocasiones, se produce discusión, se debaten méritos, se establecen comparaciones, pero en la mayoría, casi nadie interviene. Si acaso hay una defensa, dos o tres, de sendos candidatos. ¿No se interviene por pereza? ¿Es por temor a perjudicar, con el entusiasmo propio, los méritos de la candidatura defendida? ¿Es temor a no dar la talla entre tanta por lo menos apariencia de talento?

Si hay treinta o cuarenta candidatos, por lo menos la mitad, serían premios justos ¿Cómo se logra la coincidencia que poco a poco se va perfilando?

A veces, el viento de una mayoría injustificada o de varias minorías de similar mérito, deja fuera de juego a algún mejor, que, de pronto, con profunda sorpresa, el jurado descubre que ha quedado excluido. Sus partidarios se ven obligados a reelegir entre los que quedan, a veces con un cierto desasosiego y hasta puede que con rencor por la ausencia de su candidato preferido. De ahí salen con mayor frecuencia las sorpresas e incluso los votos en blanco.

Todo ello, sin embargo, no explica, o a mí no me basta como explicación de por qué casi nunca es el premiado uno de esos autores más leídos por mayor cantidad de personas y por qué es alguien relativamente desconocido por la mayoría del público lector, o simplemente comprador, que por añadidura solemos descubrir que es un gran escritor y en efecto por alguna razón o por un cúmulo de ellas, es indudable que lo merecía.

Como al principio, me sigo preguntando: ¿habríamos votado en mayoría a Stieg Larsson? Por desgracia, ya será imposible saberlo, pero, como lector empedernido, he disfrutado leyendo Millenium. -

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