miércoles, 3 de junio de 2009

Leo la serie de derechos que llaman humanos y me quedo perplejo. Dice que hay derecho y al parecer lo tenemos todos a una cosa que se llama igualdad, cuando todos somos tan evidentemente diferentes. Sigue con la prohibición de que se nos discrimine, cuando, sales a la calle y constantemente adviertes que incluso en el ámbito de nuestra minúscula sociedad local se da un trato distinto a cada persona que pasa. En tercer lugar, proclama el derecho a la vida, debe ser con excepciones, como la del soldado enemigo, en caso de guerra o la del nasciturus, cada vez más indefenso en el claustro de unas madres que defienden el al parecer preferente de vida o muerte que a ellas les asiste respecto de la vida que está por esencia en su indefenso inicio confiada a su cuidado. Prohíbe la esclavitud y muy pocos hacen algún esfuerzo por manumitir en realidad y en seguida a los miles de millones de esclavos que apenas logran sobrevivir en el mismo mundo en que otros estamos sobrados de casi todo. No sigo. ¿Para qué, si voy a continuar, sin comprender a qué mundo, qué derechos y qué humanidad se refiere esta curiosa lista? Echo, sin embargo, una última ojeada curiosa y descubro en ella que se dice por su optimista redactor que tengo un derecho de participación política que me hace recordar la sonrisa de aquel amigo que aseguraba que la libertad de prensa consistía en que pudieras leer el periódico que te diese la gana. Y aún resulta más sorprendente que la famosa relación añada que todos tenemos derecho al trabajo, al descanso y a un nivel de vida adecuado, a la cultura, al progreso y a un mundo justo. Sería hasta cierto punto divertido, si no fuera trágico, como sin duda es, que vivamos a la vez en dos mundos: el virtual y el real, tan radicalmente diferentes y es probable que para siempre paralelos por su incapacidad de encontrarse o por lo menos coincidir en algún punto.

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