lunes, 1 de junio de 2009

Dice un amigo que tengo que la riqueza del pobre está en los sueños y la pobreza del rico en el miedo, luego ambas, deduzco por mi cuenta, residen en la imaginación, donde se cuecen los dos anhelos de cada cual por lograr y por conservar, los dos imposibles y por eso tan vehementes. Me ayudan a creer. Hay algo en la misteriosa esencia de la vida que en algún lugar nos espera, que, como diría el clásico, no habría sed, si no hubiese en algún lugar donde llegar con o sin trabajo a mitigarla.

No puedo resistir la tentación de comprar un libro en que un autor ha recopilado “mil años de poesía europea”. Hojeo y ojeo. Tiene algo de milagroso ser capaz de escribir versos que merezcan ser recopilados entre tantos y colocarse en las páginas de un solo libro que entresaque y elija entre los escritos, y conocidos, claro, por el recopilador, durante un milenio de cualquier ámbito cultural. Bueno, en realidad ya es un extraordinario milagro que los humanos seamos capaces de hablar y de escribir y así tener la a pesar de todo remota posibilidad de entendernos. Con lo fácil que sin embargo es, y si no, que se lo pregunten a los que se aman o se odian, que con qué facilidad se lo acreditan, unos a otros.

En estas antologías ocurre siempre algo parecido: entre los antiguos, casi todos los poemas son excelsos, pero entre los cada vez más modernos, se le va viendo al antólogo el plumero de sus preferencias, y ya la calidad se entrevera y hay de todo, incluido algún que otro ejemplo mediocre, que, deslizado entre tanta maravilla, hasta mejora de calidad, como si también aquí jugara esa especie de contagio que hace que algunas mascotas no sé si es que se parecen a sus amos o viceversa, a fuerza de empatía.

Caigo, a la vez, en esta inexplicable afición que se nos ha despertado a algunos por la literatura policíaca nórdica, pienso que debida a que son aquella gente, a la vez que parecidos, de costumbres tan radicalmente diferentes, del hacinado sur y por ello tan desasosegadoramente escépticos y tan separados como por el frío o la nieve unos de otros. Son –dice otro amigo- más ingleses que los ingleses. Y es cierto, si te fijas, cada autor maneja a unos personajes telepáticos, cuya relación describe como lograda a base de gestos, miradas y silencios, que de pronto desembocan en el exabrupto de un crimen. Algo que sus policías comentan como venido de más al sur, donde el sol, como un ascua, enciende hogueras pasionales a la vuelta de cada esquina.

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