sábado, 25 de julio de 2009

Rebusca entre el calor, hociqueando, un soplo de aire. Este año, algunas mozas, de las más garridas y de las que por desgracia les valdría más tapar espacios de los que no sé si enseñan o se les ven por entre los pliegues del frescor que también buscan entre la humedad insólita, cansada, agobiante, del aire del mediodía sin sombras. Terso, refleja el río las ventanas que atraviesan, fantasmagóricas, las truchas. Infinidad de automóviles, incorporan al paisaje ese olor dulzón, de regusto acre, de la gasolina quemada. Automóviles que lo pisotean todo y todo lo desprecian, salvo cuando alguien levanta, aquí y allá, obstáculos para sus conductores insuperables. ¿Serán los automóviles los caballos del Apocalipsis? ¿Serán ellos los encargados, como lo estuvo el de Atila cuando las invasiones de los bárbaros, de secar el verdor de la tierra? Objetos de deseo universales, en cuanto te traes uno a casa, el automóvil absorbe la atención de todos, empuja a la gente para hacerse un habitáculo confortable, domina a su alrededor, condiciona. Creo que se parece singularmente al monstruo construido por el doctor Frankenstein, y, como aquél, hace cuanto puede para irnos destruyendo, pisoteados en cualquier carretera en que algún congénere lo convoca a darse el atroz beso de cada choque.

Hay olores nuevos, es día de mercado, y el perro estira el hocico, tratando, supongo, si no de clasificarlos, por lo menos de irlos clasificando por si al final me descuido y puede acercarse a investigar más a fondo si hay algo suculento que comer a su alcance. A través de la ventanilla semiabierta, sale volando, como un pájaro, la voz de Amy Winehouse, que hace volutas en el aire, antes de disolverse en la siguiente frase de su canción. Pasan unos rapazucos cargados con sus inútiles tablas de surf. Aquí, en nuestra playa, no ha habido nunca, salvo vaga de mar, olas apropiadas, ni siquiera suficientes, para hacer surf. Las tablas deben estar, sin embargo, de moda y las llevarán, digo yo, para tumbarse sobre ellas a soñar. Se puede, sin duda, hacer surf sobre un hermoso sueño, correr, deslizarse, sobre los enredijos de sus caprichosos atajos, mucho más intrincados que el agujero insondable de la gran ola.

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