miércoles, 22 de julio de 2009

Ayer, Madrid, sobre las once de la mañana, calle de Alcalá, tramo de sol, veo el termómetro y 40’5 grados centígrados. La calle de Alcala, desde el cruce con la Gran Vía, dirección Puerta del Sol, hace ligera cuesta, con los años más y más perceptible. Cae el sol como un chorro de aire caliente que se respira con cierta dificultad. Más tarde, camino del hotel, me dirá un taxista que en días como el de hoy, las gallinas de la comunidad de Madrid, seguro que tan ladinas como nuestras pitas de caleya, ponen los huevos ya fritos. Hoy, en el Principado, llueve. Verano de los de disuadir a los turistas y demás veraneantes y guiris de venir en número excesivo. Verano de oriundos y de casados o casadas con oriundos, siempre los más fieles.

Vas, voy al kiosco de siempre a comprar los periódicos de siempre y me encuentro con las noticias de siempre. Las noticias se enquistan, por las esquinas de los periódicos y se convierten en el cuento de la buena Pipa y el de nunca acabar. Estos días, sin embargo, la atrocidad de que varios menores hayan violado a otra en plenas fiestas del lugar de su residencia, ignoro si habitual o provisional de vacaciones, para horrorizar un poco más al ya atribulado personal de a pie. Y la noticia de que los “homo” se manifiestan porque un “hetero” se ha pronunciado contrario a tener por normal lo que no parece serlo, por muy respetable que al existir y por ese mero hecho, sea.

Somos una civilización, tal vez un manojo de culturas, desde luego un grupo social, que por la razón o las razones que cada uno prefiera invocar, hemos de acostumbrarnos al respeto de la convivencia. Convivir no significa estar conforme con todo lo que piensan, prefieren o desean los demás del grupo, sino aceptarle siempre con recíproco respeto, incluso con afecto, pero siempre con respeto de la idea, fundamental a mi modesto entender, de que la libertad de cada uno está delimitada por el respeto de la libertad de todos los demás, y, como consecuencia, que si yo respeto que seas como eres, debes procurar no ostentar tu modo de ser justo a mi lado, del mismo modo que yo procuro respetar las manifestaciones de tu condición y preferencias. En todos los órdenes de cosas. Por ejemplo, comprendo, aunque a veces me cueste, que haya quien opine que la música no es más que un ruido molesto o que la religión, pongo por algo radicalmente diferente, es algo prescindible. Lo comprendo, pero no puedo compartir unos criterios que deberíamos poder en su caso debatir con orden y concierto y marcharnos después tan amigos, cada cual con sus conclusiones al hombro o en el zurrón.

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