lunes, 25 de agosto de 2008

Somos, soy, a veces, muchas, tan torpes, que no nos entienden y de pronto leemos consternados que alguien nos critica por haber dicho lo que nunca se nos habría ocurrido decir, pero, según su interpretación, hemos dicho. Y es que en cuanto algo se dice y escapa del control de quien lo dijo, puede ser interpretado, de buena o de mala fe, de muchas maneras. Por eso hay que cuidar tanto, mimar, sopesar las palabras, y aún así …

Se acabaron, además, las fiestas del lugar, y con ellas el verano. Al día siguiente de la fiesta, los atracaderos de coches están llenos de padres de familia sudorosos e incapaces de cerrar los departamentos de las maletas y bultos, ahora amontonados con la tristeza del que ve agotado su cupo de días radiantes. Alrededor de cada vehículo, niños, perros, maletines y suegras. Dentro, la niña que ya sabe ahora que un amor sólo es eterno mientras dura y el suyo se ha transformado en teselas de la memoria reciente, que, mañana, rtal vez, adornando en unos casos y disimulando en otros, le contará a su amiga del alma, que veraneó en el otro extremo del mundo conocido por ambas, todavía media docena de pueblos, cuatro ciudades y un montón de sueños.

Están los políticos, ¡Dios nos valga!, sacudiéndose el polvo y la arena de sus alpargatas y mocasines y poniéndose la voz de proponer resoluciones, órdenes, ocurrencias y leyes. Con lo bien que va el mundo cuando ellos callan y habla entre sí la gente y se redescubre en general hermosa. Vendrán ávidos de demostrar al mundo de lo que son capaces, se desperdigarán por los escaños de sus hemiciclos y nadie podrá estar seguro de que su próxima propuesta o la resolución que propongan e incluso aprueben no va a redundar en que se nos acentúe la chepa de aguantar ocurrencias.

¿Por qué no dedicarán por lo menos una mínima parte de su ingenio en tratar de inventar las ventanillas útiles? Un ejemplo de ventanilla útil sería aquella a que se acercase un ciudadano deseoso de montar una pequeña industria o de construirse una vivienda unifamiliar lejos del mundanal ruido y dijera: mire usted señor ventanillero, quiero hacer una casa o montar una pequeña industria de alfarero o de construcción de agujeros para tornillos; éste es mi proyecto, avalado por la firma de un maestro, doctor arquitecto, o por media docena de ingenieros y dieciséis peritos; dice lo que quiero hacer y dónde, lo que costaría y en qué consistiría su actividad y qué produciría. Y el ventanillero cogería el ingente montón de papeles y diría: venga usted dentro de quince días y tendrá su autorización o una denegación razonada de su proyecto.

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