Leo a la vez a Sánchez Dragó, “El ojo de jade”, de Diane Wei Liang y “La elegancia del erizo”, cada cual a su hora, de acuerdo con mi estado de ánimo, y aún hago un hueco para viajar, huir, con Claudio Magris, por las riberas del Danubio, que es como recorrer una de las aortas –tal vez una vena- de la utopía de Europa.
Luego, en un resquicio cualquiera de este empacho de lectura, pongo música a ritmo de jazz y escribo yo mis dislates.
Esta mañana, temprano, el aire venía del oeste, apenas viento, empujando nubarrones y bajando la temperatura a 19 grados cargados de humedad. Me decidí por la prosa de seda de Diane Wei Liang y eché, de reojo, una mirada lectora a la increíble Ivy Compton-Burnett, que hasta hace poco me era absolutamnente desconocida, y, con dos de sus libros, únicos traducidos, creo, al castellano, me ha hechizado como antecedente o consecuente que debe ser, no he estudiado la cronología del caso, de algunas de las descripciones interminables de Allain Robbe Grillet, solo que en este caso convertidas en diálogos que con apariencia de insustancial superficialidad son de una profundidad insondable en que la autora te sumerge y cuando te vas a dar cuenta ya pareces agobiado por el ambiente social de una casa de campo inglesa que mantiene atrapada a una familia y tal vez grupos de servidores y amigos o vecinos a los que de pronto conoces a través de no haber dicho aparentemente nada trascendental, pero revelador a pesar de todo de su intimidad.
Estamos en mitad de agosto, a punto de salir del meollo del verano y para casi todo el mundo en mitad de vacaciones. Leo que paradójicamente hay playas en que se prohíbe bañarse los días de peligro, bajo pena de multa. Ni entiendo tal prohibición ni la prescripción de que nos tengamos que amarrar bajo pena de multa el cinturón de seguridad para viajar en automóvil. Pienso que, hechas las pertinentes advertencias del riesgo, cada cual es muy libre de correr el que le apetezca mientras no entrañe peligro para terceros. Practicar el alpinismo, el surf o el motociclismo son deportes de alto riesgo, como es actividad de alto riesgo viajar en automóvil. ¿Deberían prohibirse bajo pena de elevadas multas administrativas?
Incluso el mucho leer es peligroso. Pensad lo que le ocurrió a don Alonso Quijano, luego don Quijote de la Mancha, que vino en secársele el cerebro, según don Miguel, o en la frecuencia con que la literatura te descubre los millares de millones de mundos que rodean éste en que estamos y nos mueven a sacudir las estructuras del nuestro para que se parezca o deje de parecerse al de cada utopía, convirtiéndonos así en potenciales revolucionarios. La historia cuenta de algunos que prohibieron libros o los mandaron quemar. Y la historia, que tiene movimiento helicoidal, siempre puede repetirse a sí misma.
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