domingo, 31 de agosto de 2008

Me pongo a leer y es como si hubiera trepado por la ladera y descubierto un secreto manantial de más que escribir, ahora yo, discutiéndole a Claudio Magris que no se puede ni siquiera con apoyo en Goethe si la naturaleza se ha desentendido o no de la conservación y la evolución de esta bola de vida en que consiste la Tierra como planeta vivo y ahora lo que priva es la ciencia aplicada a que tientan los adelantos de la investigación por el ámbito prohibido de la curiosidad a que la razón inexorablemente lleva. Tampoco habría, digo yo, que lamentarse, y si ahora los humedales del Danubio se transforman en estructuras de embalses artificiales que extinguen modos de vida, seguro que hay algo mediante que se compensa la vida que desaparece. Y me atrevo a suponer que si alguien hiciera explotar una bomba de no sé qué clase, enorme, desproporcionada, teóricamente bastante para acabar con lo que consideramos vida del conjunto en que nos hallamos y estamos especulando en este huidizo momento, algo o sobreviviría o se generaría como vida nueva, tras de la prodigiosa catástrofe imaginable y para alguien o algo, previsto desde el principio de los tiempos, resultaría de nuevo esperanzador.

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