viernes, 20 de marzo de 2009

Todo el mundo habla de crisis, de modo que me enfrasco en dos, tres libros: una aventura atribuida a un viejo Sherlock Holmes de 93 años y con ausencias, cuentos de la vieja Europa, narrados por un exiliado que me ayuda a imaginar cómo podrán ser algunos de los poetas del siglo XXII, con su cansado escepticismo y la apoyatura en el horror tiránico para, con sorprendente sentido del humor, provocar incluso un esbozo de sonrisa y la narración de un viaje medieval imposible. Capítulo de aquí, cuento de allá y algunas páginas del viaje me ayudan a olvidarme, hasta la hora de comer, de las crisis. A la hora de comer, el hostelero cuenta y no acaba de que primero le fallaron las cenas y ahora empiezan a faltarle cierto número de comidas. Echo una ojeada y compruebo que el local está casi lleno. Entre crímenes y crisis, el periódico pone los pelos de punta, y para rematar hay en cada página noticia de alguien que podría haber participado más o menos oscura y sospechosamente de la borrachera urbanística en que anduvo parece que más gente de la que parecía –y parecía mucha- durante los últimos años anteriores a la catastrófica constatación de que, como muchos sospechábamos, se estaba comerciando con mucho menos dinero del que la velocidad de las operaciones fingía. Cuesta trabajo, ahora, poner en marcha la maquinaria financiera, dar seguridades a los vendedores de que cobrarán y a los compradores de que les llegará la camisa al cuerpo. Durante cierto tiempo, habrá que comprar, vender y pagar al contado rabioso, con billetes y monedas que cada receptor comprobará minuciosamente. Hay dos clases de víctimas, en esta batalla, que es previsible que sufran más y durante más tiempo: los que se queden, ya mayores, sin trabajo y los que ya no tengan capacidad de trabajar, ni nada que vender. Por hoy, vuelvo, mohíno, a mis libros. Cansado, además, de ir y venir, carretera adelante, con obras a ritmo frenético, que supongo que alguien quiere inaugurar antes de que llegue la avalancha circulatoria del verano. La primavera está a flor de piel.

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