En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
lunes, 9 de marzo de 2009
Hay por ahí una guerra de buenos y malos, otra vez, ahora corruptos e incorruptos, midiendo con varas inexorables los más a los menos corrompidos y éstos mirando con envidia a los honestos, cada vez menos, dicen algunos, si bien es de esperar que el miedo haga huecos en sus filas, porque es de temer esto de que estén, mira y remira que mirando, como el niño del romance de la luna, lunera, que él la está mirando y la insta para que corra, huya, la luna pura, la blanda luna, que pinta lunares a las niñas buenas que encuentra dormidas con el traje de faralaes, cansadas de tanto bailar mientras repican solas las campanas de esta ciudad y de la otra, todas a una, mientras pasa la luna. A la hora de la luna, lo corruptos y los corrompidos están más pálidos, cerúleos, porque los corrompidos y los corruptos, por lo menos los más, según las películas de la serie negra son más aficionados a las mujeres, el juego, la bebida y la nocturnidad propicia a las mayores y más variadas alevosías del maltrato familiar, la guerra de los sexos, las violencia de los contra las y viceversa, que de todo hay en la viña y la corrupción también está hecha de fibra de violencia. Da miedo, este mundo de atroces desmanes y todos a lapidar al culpable, que es cualquiera, en cuanto haga ademán de salirse, subirse, distinguirse, y lo mejor hacha al pie, que era el grito de guerra de un campeón, o que así se intitulaba, defensor de la madera noble contra las especies traídas de las américas por algún indiano que otro, cautivado por el nombre y el olor del jacarandá, plantadores de kakis o de tuliperos de virginia, escaqueados entre los arces y los demás plátanos de paseo, cuyas grandes hojas, como manos diciendo adiós, en el otoño planeaban en el parque del tío abuelo cansado, de la leontina de oro, de cuando no había corruptos y las películas de buenos y malos eran inequívocas en sus clasificaciones y diferenciación y estaba claro que los malos no tenía porvenir y los buenos, que además eran guapos, se casaban siempre con la moza núbil más bella del lugar, que además era, como premio, la más rica.
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