En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
lunes, 2 de marzo de 2009
La lluvia ha vuelto, ayer, sin ir más lejos, la tarde se vistió de gris tristeza y encendimos la luz. Esta luz caliente, amarillenta, de dentro de casa, tiene algo de ternura contenida, que impregna lo que se dice e invita a hablar de pasados inciertos, del color de los daguerrotipos de los álbumes que me habría gustado tener de la historia lejana, banal desde luego, de la familia. Porque es conmovedor mirar que sonreía la abuela de nuestra madre o que miraba así de escrutador el padre de nuestro abuelo. O vernos cuando éramos varios hermanos y recordar las manías de cada cual. Hay fotografías de cuando el mundo era mucho más grande, puesto que costaba ímprobos trabajos y esfuerzo ir al otro lado de la mar. Son gentes que no saben ni imaginar lo que puede hacerse con un microteléfono portátil de esos que usan ahora los novios para reñir y los padres para tratar de vigilar a sus hijos. ¿Te das cuenta ahora de que tu madre tenía la cabeza llena de ti cuando tú la tenías llena de sueños?. Viviendo, aunque sea sin estudiar nada, se aprende a comprender a los que fueron lo que vamos siendo al hilo de la paradoja del tiempo. Y esta mañana seguía lloviendo. El perro, casi tan viejo y tan gruñón como su amo, se ha asomado a la puerta, y, rezongando, me avisa de que ahí fuera está la intemperie y que ya saldremos otro día, o tal vea a otra hora. Los periódicos llegan a casa mojados e hirvientes de interpretaciones de las elecciones de ayer, que afectaban a gallegos y vascos, e, indirectamente, al resto. Es curioso cómo cada cual saca punta de interpretación a lo que cada elector resolvió doblando un papel pequeñito y empujándolo en la pecera que se va llenando de teselas de voluntad, todas de la misma forma, pero diferente color, de tal modo que quien resulta mayoritario, luego, las coloca con arreglo a su criterio. Hace muchos años, no recuerdo con qué motivo, cierto político sudamericano nos dio, a un grupo de entonces jóvenes, una especie de conferencia sobre lo que era la democracia: se trata –nos dijo- de prometer al pueblo lo que quiere, para que te vote, y de hacer tú después lo que tú quieras, que para eso te votaron.
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