miércoles, 18 de marzo de 2009

No iré esta tarde tampoco a Inglaterra,
no subiré, río arriba, fingiendo ver París, hasta Notre Dame
ni podré, ay, volver a Venecia
es probable que nunca,
pero es posible que, cerrando los ojos con fuerza
podamos reunirnos en un Madrid soleado
de mediados del siglo del horror,
cuando no habían nacido los Beatles,
ni
probablemente tú.

Claro
que también es posible que tú no vayas a nacer nunca
y yo sea
nada más
tu peregrino,
el único
que sabe cómo habrías sido,
en aquellas tardes soleadas de aquella primavera
de efímera paz
cuando las niñas cantaban jugando al corro,
manoseaba yo los libros de la vieja librería
llena de telarañas
y al saber que no iba a conocerte,
sin saber cómo, ni por qué,
como solía ocurrirme, al filo todavía
de aquella terrible adolescencia
sin semitonos
ni filosofía en que apoyar la imaginación ,
me eché a llorar.

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