miércoles, 18 de marzo de 2009

Si me permitís, voy a estar conforme con lo dicho por Benedicto XVI de que el preservativo no es el remedio contra el sida, por lo menos, ni es el remedio definitivo ni el total ni el único. El único definitivo principal –que tampoco creo que definitivo, en vista de las formas de contagio imaginables y de sus eventuales mutaciones- sería la abstención de promiscuidad. El preservativo es un remedio de segundo orden, que, utilizado con el fin de protegerse de un contagio o de contraer una enfermedad, no creo que esté condenado en las palabras del Papa, que lo que preferiría sería lo otro, pero lo otro, es decir, la abstención pura y dura, la debida, es ardua, difícil, hay incluso quien la considera inimaginable o imposible. Para ése resulta aconsejable el preservativo, si no por él, en cuanto usándolo, defiende a los demás, contribuye a cerrar las barreras contra ese flagelo inexorable. Como lo es en cualquier caso para quienes no son católicos, para quienes no están civilizados o para quienes no son libres. En mi concepto sólo son libres los que están en posesión de una parte suficiente para su dignidad del acervo de bienes morales y del de bienes materiales del grupo social en que se hallen integrados que les permita no depender de otro o de otros para decidir en cada encrucijada. Por eso lo verdaderamente importante es tratar de extender la libertad.

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