En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
viernes, 20 de marzo de 2009
No podemos comprender lo ocurrido entonces, cada vez que conmemoramos algo de hace más de cincuenta y ya no digo si hace más de cien años. Era otra gente, casi otra especie. Tenían multitud de razones y motivos que se nos escapan y somos incapaces de entender ahora. Nos parece, cuando leemos sus biografías, los ensayos y cartas que escribieron, poemas y novelas de su tiempo, que podríamos llegar a sentir como ellos, pero no es cierto. Y lo peor del caso es que nos ocurre como cuando estudiamos un idioma del mismo tronco y parecido al nuestro, que parece que ya estamos en condiciones de que nos entiendan, pero los significados reales de las palabras, sus giros, nos engañan y castellanizamos una jerga al final que nadie entiende y desde luego no nos comunica con los habitantes de aquella tierra. Nos parecemos a la gente de hace mucho, pero no demasiado, Un parecido que nos engaña e impide saber más de ellos y de por qué se agredían y mataban con aquel entusiasmo de propósito exterminador. Digo esto al leer que se propone la celebración del bicentenario de Larra. No podremos comprender ni sus artículos ni el suicidio, esa curiosa, tentadora puerta de escape que nadie sabe si en definitiva lleva a donde quiere llegar el suicida o es otra trampa de las muchas que ser o no ser proponen a la especie humana, que, además de tener eso tan privilegiadamente hermoso que es la vida, puede razonar, imaginar, recordar, percibir tonalidades y matices. Si bien se mira, es prodigioso que no nos volvamos más locos de lo que solemos. Al considerar las consecuencias de nuestra complejidad.
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