Qué pena me da pensar
que cuando apenas
me quede tiempo
para decirte
cómo te quise,
cómo te querré y te quiero,
diré cualquier otra cosa
y habré sido
como la mar, cuyas olas van y vienen,
diciéndole, constantes, ternuras a la arena,
absorta,
distraída,
por el ruido de las caracolas
y los suspiros,
irisados,
de nácar,
con que las conchas mueren,
a la salida del sol,
a la hora
del supremo dolor
del nacimiento
de la luz del alba.
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