viernes, 6 de marzo de 2009

Leo, con avidez, el prólogo de Hans Küng al segundo tomo de sus memorias, al fin y al cabo es un hombre de mi generación, lo mismo que Benedicto XVI, con quien casi minuciosamente va comparando la trayectoria vital y de interpretaciones teológicas derivadas de puntos de vista, perspectivas diferentes. Me produce la lectura más de una ocasión de perplejidad –he de confesar que la acabo con un regusto de pérdida de una esquina de la admiración con que leo casi siempre a este autor- y me quedo, con el libro ahora cerrado, antes de entrar en su materia, en las manos, por lo menos pensativo. Hay dos mundos. El de aquellos privilegiados que vagan por los pasillos del laberinto que puede conducir hacia reflejos de la sabiduría y el de lo que quedamos aquí fuera, en la antojana, contentándonos con ocasionales reflejos que caen de los ventanales, con los que alimentamos, desde esta condición de caminantes exteriores, la curiosidad de nuestra condición humana, necesariamente humilde.

Leo, al mismo tiempo, esta curiosa, interesante, estupendamente escrita novela policíaca de Ramiro Pinilla, cuyos clásicos, como ya me ocurrió con Humberto Eco hace poco en relación con los tebeos de nuestra época de niñez –es otro personaje de mi generación-, también coincidían, en este caso con los policíacos, autores y detectives, que relaciona y dice imitar, pero no, Su novela está, se ve, escrita del lado de acá de nuestras fronteras eso sí, con en un castellano fluido, expresivo, fácil de leer. Los personajes resultan atractivos, la trama es interesante.

Afuera ha vuelto la lluvia, apunta el frío. Letreros de aviso, en las carreteras, de que hay dificultades para subir a la meseta y hay puertos con cadenas, otras con tráfico pesado interrumpido. Caen los chaparrones como latigazos contra el parabrisas del coche en que voy y vengo a la capital de la provincia y de la autonomía –disparatado invento, sigo opinando, éste de la generalización de autonomías, en un estado que se había acostumbrado a tener una legislación general única y estaba solo pendiente de una cierta descentralización administrativa y ahora ha regresado poco menos que a tiempos de los reinos de taifas, propios de una cultura familiar y tribal, en mi opinión anterior en la evolución social-. Las bolsas y los intereses siguen bajando. Los comerciantes, sobre todo mayoristas, alcanzados por la escasez, se desesperan y tratan de ingeniar para salvarse, sin cuenta, muchos, de que en una situación como la que nos aflige, el esfuerzo ha de ser ordenado y común y todos hemos de perder algo para sacar adelante al conjunto

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